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La Cordillera de Los Andes es un mapa de ilusiones

Por Berenice Ramos


A lo largo de la vida, una puede ser muchas mujeres: en mi caso, soy la viajera que cruzó océanos, la observadora silenciosa en las estaciones de tren en Osaka, la hija-la hermana-la amiga que regresa siempre a México. A pesar de la diversidad de mis viajes, había algo en Chile que me llamaba con una fuerza particular, algo que no había sentido en las otras ciudades en las que había vivido. Quizás era la cordillera, esa línea majestuosa que atraviesa el paisaje, un símbolo constante de estabilidad. Al caminar por las calles de Santiago, la cordillera siempre está ahí, silenciosa, imponente, dándome la sensación de que, aunque mi vida cambia, la tierra misma se mantiene firme.


Vivir en Chile es percatarse en cómo las costumbres de mi tierra natal parecen desvanecerse poco a poco. El chile/ají que busco en los supermercados no tiene el mismo sabor; las tortillas que antes eran el centro de cada comida se convierten en un lujo difícil de encontrar. Pero esta ausencia, en lugar de debilitarme, me fortalece. Descubro que puedo cocinar nuevos recuerdos,  armar con ingredientes locales los platillos que me reconectan con mi hogar. “Escribir es tejer desde la ausencia”, decía María José Ferrada, y lo mismo podría aplicarse al acto de recrear un hogar: una forma de tejido invisible que une dos mundos. El aguacate se convierte en parte de mi dieta diaria, y me sorprendo cuando lo llamo “palta”. Y es aquí donde surge la interculturalidad más íntima, aquella que se da en la cocina, en los olores que viajan de un país a otro, pero que siempre encuentran la forma de convertirse en parte de uno. En Chile, lo intercultural es parte de la vida diaria; en las pequeñas diferencias culturales siempre hallo una forma de redefinir mi propia identidad. Un “weón” resuena distinto que un “güey”, y esas diferencias lingüísticas son portales a nuevas formas de entender quién soy. Como dice Amélie Nothomb, “el idioma es una trampa fascinante: te atrapa, te domina, te hace sentir como un impostor y, al mismo tiempo, es el único medio para ser comprendido”.  Al hablar con acento chileno, algo en mí cambió; mi voz, mi lenguaje corporal, mis formas de relacionarme se adaptaron, pero siempre hay un eco de México en mí.


Aunque si algo ha cambiado más profundamente es la percepción de mi cuerpo. En Chile, mi cuerpo es un terreno que explora con curiosidad, porque las miradas sobre él son otras. Como lo diría Roland Barthes, “el cuerpo está cargado de significados culturales, pero estos significados siempre pueden cambiar, siempre pueden ser subvertidos”. En Chile, cualquier cuerpo migrante adquiere otro sentido, otro significado. Al caminar, mi presencia es a la vez conocida y ajena; el lenguaje corporal con el que me muevo ya no es recibido de la misma manera, y esa diferencia es una revelación en sí misma. La forma en que camino por las calles, la manera en que la luz de la tarde cae sobre mi piel, todo adquiere una tonalidad nueva. Ser mexicana en Chile me convierte en extranjera, pero también me otorga una especie de libertad. Ya no estoy sujeta a las expectativas de mi país, pero estoy marcada por la extranjería, por el hecho de ser diferente. Rebecca Solnit decía que ser una extraña en un lugar es un estado de libertad; me amparo en sus palabras y creo que mi condición de extranjera, lejos de ser una carga, es un estado donde la creación de identidad se vuelve posible de nuevas maneras. Es un equilibrio inestable entre la nostalgia y el descubrimiento. A veces me duele en todas partes cuando pienso en las amistades y los familiares que he dejado en México, pero cuando despierto por la mañana y veo la cordillera en el horizonte, la soledad se vuelve menos dolorosa. La belleza inmensa de los Andes es un refugio para la tristeza, un consuelo silencioso ante la distancia.




 
 
 

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FONDECYT de Postdoctorado Nº 3240264
«Entrelazamientos asiáticos. Recepción de la literatura latinoamericana contemporánea en Japón».

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El proyecto de investigación postdoctoral «Entrelazamientos asiáticos. Recepción de la literatura latinoamericana en Japón» es financiado por la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID) y se encuentra alojado en el

Instituto de Estética (Facultad de Filosofía) de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

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